El asesinato del obispo Ponce de León: 47 años de silencio y encubrimiento

A 47 años de la muerte del obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, las preguntas sobre su asesinato siguen sin respuestas. El silencio de la Iglesia y los intereses políticos y económicos mantienen viva la memoria de un crimen aún sin justicia.

Santa Fe10 de julio de 2024Novedades del  SurNovedades del Sur
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El 11 de julio de 1977, el obispo de San Nicolás, Carlos Horacio Ponce de León, fallecía en un hecho presentado como un accidente automovilístico. Sin embargo, 47 años después, muchos siguen creyendo que su muerte fue un asesinato cuidadosamente orquestado para silenciar su compromiso con los más vulnerables y su confrontación con los poderosos de la región.

Ponce de León incomodaba a la estructura política, económica y religiosa de la ciudad de San Nicolás y la provincia de Buenos Aires. Desde su asunción, el obispo denunció las injusticias sociales y se enfrentó a los intereses empresariales, en particular los vinculados a la ex acería estatal SOMISA. Su pastoral promovía un cristianismo comprometido con la transformación social, una visión que chocaba con los sectores que favorecían una Iglesia más cercana a los privilegios y al statu quo.

En contraste, durante los años 80, San Nicolás se transformó en un centro de turismo espiritual, impulsado por el culto a la Virgen del Rosario, cuya supuesta aparición en 1983 atrajo a multitudes. Este culto, según algunos críticos, fue funcional a la destrucción de la memoria de Ponce de León y al avance de intereses económicos que se beneficiaron del nuevo perfil de la ciudad.

El silencio sobre la muerte de Ponce de León persiste, incluso dentro de la Iglesia. A diferencia de otros casos emblemáticos, como el de Enrique Angelelli, su asesinato nunca fue investigado a fondo. Las élites locales, incluidos empresarios y dirigentes sindicales vinculados a SOMISA, que consideraban al obispo un "perturbador", también permanecieron en sus posiciones de poder.

El escritor y militante cristiano Emilio Mignone, en su libro Iglesia y Dictadura, sugiere que la dictadura militar fue cómplice del asesinato de Ponce de León, actuando en complicidad con sectores de la Iglesia que veían en él una amenaza. La "limpieza" de la Iglesia por parte de los militares, según Mignone, fue realizada con la aquiescencia de prelados que deseaban eliminar las voces disidentes que defendían un cristianismo transformador.

Cuarenta y siete años después, las preguntas sobre quién mató a Ponce de León y por qué continúan sin respuesta. Mientras tanto, la memoria de su compromiso social sigue siendo un testimonio incómodo para aquellos que se beneficiaron de su muerte.

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