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La FIFA no perdonó el consumo accidental de efedrina y lo echó de la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994. Una frase premonitoria, un fisicoculturista que suministró las pastillas malditas y se borró del mapa, una entrevista imborrable y una herida que todavía no cierra.
Deportes27/06/2023
Redacción Canavese & Asoc

Julio Grondona soltó la frase ante un grupo de periodistas argentinos y aceleró el paso. El rumor ya se había instalado, pero la confirmación del presidente de AFA fue como un puñal para Alejandro Fabbri, Enrique Macaya Márquez y Marcelo Araujo, enviados especiales de Canal 13, que dejaron de lado su cena y comenzaron a recordar gestos, indicios que inculparan a alguno de los dos jugadores involucrados. Era el lunes 27 de junio de 1994 en Dallas, a dos días y 2.500 kilómetros del triunfo de Argentina ante Nigeria en Boston, del que hoy se cumplen 29 años.
En el entrenamiento todos los ojos se posaron sobre Maradona. Pesaba sobre su espalda el antecedente por cocaína de 1991, pero Diego se mostró contento, hizo jueguitos, hasta fue al arco. Estaba de buen humor, del mismo modo que lo había estado después del partido contra los nigerianos cuando la enfermera entró a buscarlo al campo de juego.
-Negro, esperame dos minutos que nos vamos juntos- le había dicho a Vázquez (más rápido para terminar con el asunto) en el camino al control. Aquel día bromeó con el veedor, orinó en el frasquito que fue catalogado con el código FIFA 220 y luego volvió al micro para sumarse a los cantitos de sus compañeros
No puede ser él, pensaron los periodistas. Pero era él, solo que no lo sabía porque tampoco lo sabía Daniel Cerrini, el personal trainer que lo había acompañado hasta La Pampa en su puesta a punto para el Mundial y que le había entregado unas pastillas de venta libre para adelgazar. En realidad, Cerrini ni siquiera les había prestado atención a las etiquetas. Para él, un hombre de gimnasio, un fisicoculturista, los suplementos como el Ripped Fast eran moneda corriente. Cuando llegó a Estados Unidos compró más, pero se confundió con el Ripped Fuel, que tenía ‘ma huang’ entre sus componentes. Era efedrina (ephedra, en inglés). Cuando se enteró del doping, fue llorando hasta la habitación del preparador físico Fernando Signorini y golpeó la puerta: “Profe, ¿qué hago?”, preguntó. “Tomate un avión hasta el fin del mundo porque está llegando Don Diego y la vas a pasar mal”, recibió como respuesta.
Ese fue el fin de la historia con Cerrini, que había tenido su súmmum en aquellos días de entrenamiento psuedo-militar en un campo de La Pampa. Signorini había elegido ese destino porque quería tocar las fibras íntimas del Diez. Que se bañara con agua fría, que no tuviera TV (“la prendió y se veía un solo canal borroso”, cuenta), que se sintiera como en Fiorito. Y también porque lo quería lejos de los vicios de la ciudad, debido a la abstinencia por su adicción. Allí, según refleja el libro "El último Maradona", de Alejandro Wall y Andrés Burgo, habían comenzado los roces entre ambos ayudantes: mientras el fisicoculturista insistía para llevarlo a los 70 kilos, el profe lo quería en 76, un peso acorde para un Mundial y no para una competencia de abdominales marcados.
Fue entonces cuando, en medio de la discusión, Diego lanzó una frase casi premonitoria:
Cerrini no tenía título de médico, pero lo que más preocupaba en el círculo cercano de Maradona era un antecedente oscuro: el hombre había quedado involucrado en el caso de doping de su novia y algunos discípulos suyos en el fisicoculturismo. Cuando Signorini se enteró en La Pampa de todas las pastillas que formaban parte de la “puesta a punto” se reunió con Néstor Lentini, médico personal del futbolista, quien luego de repasar todos los suplementos llegó a la conclusión de que no había nada que temer. Más tarde, ya en Estados Unidos y a una semana del debut, fue Ernesto Ugalde, uno de los doctores de la Selección Argentina, quien habló con Grondona y le pidió un control antidoping “sorpresa” para el plantel, algo que el presidente de AFA desestimó y que podría haberlos salvado a todos.
El castillo de naipes que tambaleaba luego del primer anuncio, ya con el protagonista enloquecido, a los golpes con las paredes y entre gritos desgarradores, se desmoronó definitivamente con la contraprueba. Entre lágrimas, el dirigente de la AFA Rubén Moschella llevó el mensaje al hotel: “Está afuera”, dijo. Entonces fueron Signorini, con el mánager Marcos Franchi y Oscar Ruggeri, quienes se acercaron a la habitación de Maradona, que dormía o se hacía el dormido. El preparador físico le tocó la mágica zurda y le dijo "Diegucho, listo, se acabó, vamos”. Era el fin.
Dos días después, con un Diego devastado y todavía entre lágrimas, le llegó la hora de romper el silencio. Tití Fernández, Roberto Leto, Héctor Gallo fueron testigos. El camarógrafo Gustavo Rodero y el productor Julián Abadi no tardaron en quebrarse. Las preguntas estuvieron a cargo de Adrián Paenza, que tenía una relación de amistad con Diego. Fue una entrevista que pasó a la historia por el momento y por una frase en especial.
Maradona juró y recontrajuró por Dalma y Giannina que no se había drogado y desconfió de la FIFA, Havelange y Blatter. Signorini, que estaba en esa habitación, se imagina las botellas de champagne que descorcharon en Brasil para festejar la tragedia albiceleste: "El rival era Argentina", confirma. Diego siguió con el descargo e insistió: "No quiero dramatizar pero te juro que me cortaron las piernas". Con las suyas, también se cortaron las de los millones que lo escuchaban detrás del televisor en la previa de la derrota de Argentina por 2-0 ante Bulgaria, las de los miles que habían viajado detrás del sueño de la tercera Copa del Mundo. Las piernas de todos.

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