Al River de hoy le falta un golpe de efecto: un tímido empate con San Pablo

El Millonario igualó 1 a 1 y quedó en la segunda posición de su grupo, con cuatro puntos

Deportes 11 de marzo de 2016 Oscar A Canavese Oscar A Canavese
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De pronto, cae una ovación, a los 37 minutos del segundo capítulo. Sale Jonathan Calleri, el delantero de San Pablo pero que, a la vista del Monumental del recuerdo, es aún azul y oro. Salta la gente: "el que no salta, abandonó". Las risas, los cánticos, al menos, duran un minuto, tal vez, dos. Minutos antes, nervioso, de a ratos, discute con el árbitro Julio Bascuñán. Se atraganta entre Ponzio y Barovero. Otra vez, el capitán millonario, después de un despiste, se recompone ante el delantero que se desorienta en el mismo arco en el que alguna vez se tropezó en un mano a mano. El River de hoy, el de hoy mismo, vive de los buenos viejos tiempos. No se olvida, la película no acabó un siglo atrás: los cruces coperos con Boca siguen dando vueltas, suerte de duendes escondidos. El River de hoy, el de hoy mismo, tiene crédito de sobra, a pesar de que el espectáculo es a media luz. No le alcanzan las migajas de D'Alessandro, que contagia más de lo que brilla. El 0 a 0 de anoche contra San Pablo estorba como la grieta.

El número 22 ingresa a los 11 minutos del segundo tiempo en el lugar de Leonardo Ponzio, con la confianza de los que juegan en el patio de su casa, con la desconfianza de un cuerpo que apenas sale de las heridas de las molestias físicas. Se frena en el callejón del número 8, con amagues, frenos, avances y retrocesos. Recepciona el balón, levanta la cabeza y se lo presta a Denis, el arquero. Un centro envenenado, un remate débil. Levanta la cabeza, no se encoge. Baja el mentón, se recuesta contra el andarivel. Cuando River abandona a River (un escenario que, salvo el clásico contra Boca, en el que exhibió su clase en el juego y torpeza en la definición), debe aparecer el fuego interior del Cabezón. Que está llegando, todavía está llegando.

Los especialistas entienden la teoría como matemática pura: de local, hay que ganar en la Copa Libertadores. El equipo millonario corre con ventaja: una goleada en Venezuela. El punto, si sirve, es una sentencia que se puede afirmar con el paso del tiempo. Mientras anda a tientas en el torneo local, debe afirmarse en la copa con más colmillo que caricias. La lucha es despareja: músculo y cerebro, impulso y cabeza. A mitad de camino anda. Debe aferrarse a los primeros diez minutos y los últimos 20. Un vaso de agua mineral refresca, pero River precisa de otro asunto: algo energético, algo que pegue. Un cabezazo de Mora en el travesaño le deja sabor a poco. Si no convierte, no gana. Hay intérpretes de sobra que deben calzarse el gol como un puñal. En el área, no debe tener remordimientos: allí debe apretar el gatillo con el salvajismo de un guerrero.

Ganso, con un zurdazo a la salida de un tiro libre, a centímetros del palo, abre el marcador. El crack discontinuo ofrece, entre las sombras de unos y otros, algo de alegría: un caño en el medio de la oscuridad se ofrece como un bálsamo. River empata por un blooper entre el arquero y Thiago Mendes, que marca en contra casi sin darse cuenta.

No ofrece respuestas. Ni adentro, ni afuera, ni arriba ni abajo: River anda en el quizás. San Pablo no es la imagen de un equipo timorato ni conservador, como algunos podrían creer, a imagen y semejanza del exitoso Edgardo Bauza. Pero queda, también, a mitad de camino; con las ventajas que ofrece el equipo millonario en la retaguardia, podría haber creído en la victoria con otro impulso.

El tiempo es eso que pasa mientras Calleri es maltratado por el público, se tropieza con los zagueros y se enoja con el mundo. Recordar, eso le sale bien. Los duelos contra Boca, la saña con Calleri. Ni Alonso, ni Martínez: poca creación, limitada definición. El impulso millonario son sus ganas, su envase competitivo, ese sello estelar de Gallardo. Hoy, sin embargo, no le basta. Su potencial es mayor a lo que ofrece como mirada. Le sobra voluntad, le falta el trazo fino, un mal de estos últimos tiempos.

La alegría es mayor cuando sale Calleri que cuando ingresa D'Alessandro. Algo no anda del todo bien en el presente. El pasado reciente, épico y glorioso, es una marca indeleble. Al hoy, le falta un golpe de efecto. Alguien que pegue un par de gritos, después de jugar y contagiar. Alguien como D'Alessandro, de una buena vez.
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