Cambia, todo cambia. 20 días atrás, la realidad de River y Boca era muy distinta a lo que indica la estricta actualidad. Cuando todos los pronósticos indicaban que los de Martín Demichelis, que venían  con una racha demoledora en la Liga Profesional -que se cortó contra Atlético Tucumán-  y en franco ascenso futbolístico, eran los candidatos a llevarse el Superclásico, un mazazo en la Copa Libertadores justo en la antesala hizo cambiar un tanto la perspectiva.

En realidad, el "nuevo" -y hasta inesperado- panorama no solo viene atado al Millonario y el empate con el Decano que le puso fin a una racha de ocho victorias al hilo sin recibir goles, o con el 5-1 con Fluminense en el Maracaná que lo hizo tambalear cuando estaba en la cúspide de la ola, sino también por cómo se dieron las cosas en La Ribera en este puñado de semanas posteriores al desconcierto.

Un Boca que venía golpeado, sin rumbo y con un entrenador nuevo que comenzaba su ciclo con dos derrotas al hilo -sin goles a favor-, hoy parece haber dado vuelta la página: llega al Superclásico envalentonado no solo desde los resultados (tres triunfos al hilo), sino también desde lo futbolístico a partir de una idea de juego que partido se consolida.

Jorge Almirón encarrilló el barco rápidamente después de un flojo arranque y ahora la sensación es que el equipo que se plantará en el Monumental el próximo domingo es otro. Llega con otra cara en cuanto al funcionamiento pero, además, en otro aspecto que siempre es trascendental en el fútbol y mucho más ante un evento como un Superclásico: el emocional.

Boca arriba con ese empujón anímico que generan naturalmente los buenos resultados. Las victorias consecutivas ante Deportivo Pereira, Racing y Colo Colo le dan otro marco a un Superclásico donde hace tan solo algunos días se hablaba de un River como claro favorito. Hoy, aquellas enormes diferencias se han acortado y los pronósticos están más que abiertos para lo que pueda llegar a suceder en otro cruce que eclipsará al país.